miércoles, agosto 30, 2006

[Un poquito de prosa poética... esto también fue de mis primeros escritos. Podría cambiar muchas cosas que son un tanto patéticas, pero prefiero dejarlo tal y como se me ocurrió]

Caballo que vuela

A borbotones llueve la sangre, a ras de mi frente. Me encuentro intrincado en los chorros de lava que arden en mi interior. Bastos ríos de esperanza que prometen pulcritud, alabanzas al cielo. Dime, mi cielo, ¿por qué llueve mi corazón?. ¿He de hilar cada uno de los pedazos que veneran amor? De color plata eran los corceles de mi caballo. Él, rápido y veloz, audaz como era se agazapaba entre la hierba, intentando aspirar el barniz del aire, húmedo entre los gusanos que roían mis botas de vaquero, porque yo le gritaba al cielo. ¡Dime, mi cielo, he de jurárselo al mundo entero! Sí, la libertad de mi corazón no la quiero, es por eso que prefiero comulgar al mundo cuánto te quiero. Prometo desnudarte en la soledad, cuando nadie nos esté viendo. ¿He de merecer yo esto? Caballo que me llevas montado en tu lomo, cuán suave es tu piel. Te besaré por vez primera la quimera de tu aliento. Pondremos el grito en el cielo. ¡Oh, usía! Este placer no lo merezco. Lléveme, pues, al infierno junto al eterno. Que se pudra mi alma, que se la lleven los cuervos. Mi sangre está derramada. Nuevamente, el eterno. Lucifer, hágase cargo de mi mente, no merezco pretendiente. Ante todo, buen padre, queme todos mis restos, mas mi caballo deje que se lo quede el viento. Ecuestre montaña, sírvase su asiento, mas dejen la hierba para mi caballo muerto. ¡Chist! Habla bajo. No silbes, viento. Proclama bien bajo que mi corcel ha muerto. Que las hadas lo protejan, que los druidas lo conciernen porque la injusticia tolerada es invierno sin nieve. Y tú, musa en mi bandeja, que un día fuiste mi pequeña carcelera y hoy, de mí ya no te quejas. Ya eres libre. Corre al río, báñate en las aguas que sangran forajidos. Lánzate al aire, nada en tus versos, grita por fin ¡que mi potro ha muerto!

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