jueves, agosto 31, 2006

Nada nos hace envejecer con más rapidez
que el pensar incesantemente en que nos hacemos viejos.
Lichtenberg
De la belleza y otros males

Es sobre el tupé de las niñas
donde se apoyan el pijerío
y las ganas de Reggaeton.
La gomina, mixtura de agobios
y reflejo de una sociedad nauseabunda,
busca la fotografía perfecta,
el gélido instante de un rostro
que quiere ser la nada,
un destello de profanada belleza.
La quimera de vapor
que se riza de mentiras,
se viste de Zara las ojeras
y de Jack Jones las arruguitas.
Yo seré tijeras y haré un inciso
en el canceroso glamour,
y montaré en Júpiter
un salón de belleza
para extirpar la alopecia
del planeta Tierra.
Para todos los que en alguna ocasión
sintieron angustia al decir adiós.
Porque yo un día la sentí,
y escribí este poema.
Para los corazoncitos
con los que me encontré
en mi camino, les quiero.
Esto no es un adiós, es...
un hasta luego.



Es así

Si la luna se emancipara esta noche,
cogería el tren del olvido.
Si los minutos se fugasen como verbos,
remendaría los ajuares del ayer.

Pero la luna cubre
con su manto de plata,
y veo los momentos
correr en sus jacas de caballo
y tus ojitos de agua viva,
rellenos de memoria.

Echaré de menos las miradas,
los papeles, las palabras.
Echaré de menos tus abrazos, tus tequieros.
Echaré de menos tus juegos
a la sombra de un examen,
al tiempo de un recreo.
Es así,
el ciclo de la vida –dicen-.

Los paisajes mudan de color
y se intercambian, tuercas del olvido.
Es así,
nos lleva el viento
con su brisa de sal
y escamitas de nostalgia.
Es así, amigo.
Llegó el día de los pañuelos enrollados,
de las voces de aeropuerto.

Me despido de ti.
Te vas entre las gentes,
oliendo a nuevo,
oliendo a cambio,
a despedida.

…Es así.
Duérmete niña, duérmete ya,
que viene el coco y te comerá...

La Verdad con mayúsculas

La verdad me da pena.
La mezo en mi cuna, como a una niña.
La resguardo.

Y ellos…
Ellos la muerden, la pisotean, la relamen.
Diente de cuchillo. Sable de acero.
Par de lenguas quemaría yo,
al rojo vivo.

Disfrutan de su tortura,
del mortuorio fin que la depara.

Y yo la acaricio,
le hago trenzas, como a una niña.
La mezo.

Y ellos…
Ellos, lobos todos, sedientos de sangre.
¡Violadores!, ¡asesinos!
Pederastas que se follan en la cuna a la verdad con trenzas.

Acaricio sus patucos.
Espero, algún día calce.
Y yo lloro,
como buena madre,
junto a la cuna vacía.
Cantando una nana, para que siga dormida.
Algún día

Que la cicuta madrugue sobre las horas.
Que las lumbres se plaguen de injusticia.
Que los mares se cierren en la erección de la vida.
Y entonces, al fin,
que los pastos recoman en los portales
tocando el sereno apaciguado
de terrores insospechables,
acariciando como locos la caverna del mundo,
oscura y temblona.

Que destroces la lona de mis cinco sentidos.
Que lubriques de lluvia el camino.
Que ramifiques mis pecados y mentiras
para el amparo de algunos viejos de bastón débil que,
en su día, cuidaron retoños de vida,
destellos de luz embarazando la lucha insaciable,
interminable e inagotable
del círculo refulgente
de calores y agonías.

Para que llegue el estrecho final
que agudizan los oídos
en el peor y más siniestro
de los chirridos estridentes,
como escupido con asco y saliva.
Para que algún día la guadaña se cuele callandito,
bajo el dintel de mi puerta,
mostrándose osuna y rapaz,
ávida y venenosa.
Para extirpar mi juventud
y enmarañar mi rastro
sobre el mausoleo de los muertos.
Mientras Elena discutía con su novio, Marcos lloraba por la ausencia de su celular. Su madre lo iba a matar. Mientras tanto, Pedrito berreaba por la bola de helado en mitad de la calle real y, dos minutos más tarde, Yin Zhu Ni descubría la fórmula matemática que aceleraría el proceso de lactancia de una oveja. A 400km de distancia viajaba la emperatriz rusa para dar una charla sobre las nuevas tecnologías en Tahití. Un instante más tarde, la madre de Safiya caminaba durante horas en busca de unas gotas de agua en la sabana. Mientras, Safiya, moría lapidada al sur de África. Pero a nadie le importaba. Jorge de León, el vicepresidente de la asociación "Unidos por la paz", vociferaba a su secretaria por haber traído, la muy estúpida, caviar rancio. A la señora Stuart le robaron, dos malhechores, la barra de pan para su marido que vivía en los suburbios de Londres; el pobre deliraba en su lecho de muerte con un cáncer en la próstata sin cesar de acariciar a su gato, hambriento como estaba…

Elena, su novio, Marcos, la madre de Marcos, Pedrito, Yin Zhu Ni, la emperatriz rusa, la madre de Safiya, Safiya, Jorge de León, su secretaria, la señora Stuart, los malhechores, el marido de la señora Stuart, su gato…

Ellos no morirán, estoy seguro. No mientras yo me acuerde de ellos.

miércoles, agosto 30, 2006

Hoy

Hoy el destino carcome tu sombra,
la devora, la tergiversa.
Hoy el sol se pone gris
y atardecen tus mejillas.
No sé si coger el teléfono
o dejar pasar las horas.

Hoy no llueven mis ojos,
hoy no arde mi conciencia. Hoy…

Tus labios se derraman
como algas submarinas,
como mermelada fresca.
Ya no amo, ya no quiero.
Hoy entierro tu nombre
en el fondo de esta botella.

Hoy muere la saliva
que enjuaga tu dulzura.
Hoy los pájaros no cantan,
hoy se pierde tu sonrisa.

Hoy desovan tus cabellos
y se esparraman por la tierra.
Hoy lo absurdo se hace aire.
Y vuela.
[Aquí, mis primeros sonetos...]

Fruta, verdura y otras cosas

A vender tiernas frutas y verduras
hoy Juana se pasea por la plaza.
Su vida le pesa lo que una casa
entre peras y sandías maduras.

A gritos vende fresas y limones;
para ganar cuatro céntimos de euro
y comprarle al monje un botafumeiro,
que el pobre se metió con los mormones.

Y es que Juana peca de religiosa
de tanto reza y reza en el mercado.
-A euro y medio el kilo- grita la diosa.

Hoy, Juana regala carne y pescado
La pobre, quiere salir victoriosa.
Se niega a que su puesto sea cerrado.

Un café por favor
Una huella que aplasta mis labios
como palmera codeada de versos.
Aquel bigote fino y que, a lo adverso,
chorreaba la gota de los sabios.

Tazona de rubíes y amatistas,
cucharilla envuelta en plata y oro.
No verán los piratas el tesoro
que tenemos en el café de los artistas.

No importa si judío o tal vez moro,
¡que perdure por siempre el café!,
y el molino que tuesta con decoro

A todo buen chocolate y praliné.
¡Cuán de cremoso se degusta el foro,
con sus terrones de azúcar en la Web!

Dedicado al foro en el que escribo.

Febrero

[Con este poema (mi primer poema) gané el 1º Premio de Poesía "Agustín Espinosa". Ha recibido ya muchas críticas... la mayoría buenas jeje. La respuesta que todo el mundo da: ¡es precioso! pero, ¿qué es un meteco y qué es la xenocosa esa?. Los más expertos dicen...
-Me encantan esas imágenes. Prometes, chico.
-Te acompaño en el sentimiento que es el mío. Pero hay que dar pan al pueblo y... un poco de vidilla para que se olviden de los de siempre. Un gusto leerte.
-Caperucita, se ha escrito mucho sobre el febrero, mes humilde y reservado; pero tú lo has bordado en este poema. Queda, en tus espléndidos versos, todo dicho y bien dicho. Felicidades.
-Bravo, fiera, bravísimo tu poema sobre Febrero. Hay imágenes muy sugerentes, así como esa indigniación que puede exprimirse en cualquiera de las estrofas.
-Y así un montón más, pero ¡no los voy a poner todos! --> Juzguen ustedes mismos-->]



Febrero

Febrero, fuegos artificiales.
Encuentro de máscaras y mentiras pegajosas
Tinte de oscuridad y temor
Disfraz de pacotilla que envuelves la tristeza
Tú, disfraz que disfrazas amor.

Febrero, mes de las mentiras carnavaleras
Carroza que ahondas en la penumbra y le cantas al sol
Entre jolgorio y música estridente
Nace mi ira, mi desprecio, mi mentira.

Febrero, nicho fiestero.
Tú atraes a la multitud y la cubres bajo tu manto
Manto gris,
Manto de luces fundidas por el engaño.
Un bigotillo arrastra al meteco
Xenofobia convertida en xenofilia.

Febrero, falsas fantasías
Metros de tela manida
Hilo polivalente que une utopías
Mi ciudad late alevosía.
Niños en las calles,
buscando mentiras
Escenarios atascados por el glamour y la purpurina
Sombreros de copa,
que agachan el disimulo y la falsedad.
Pitos y flautas que ensordecen la libertad.

Entre máscaras y bastidores,
Ralentizas mis mejillas, congeladas de ficción
Pudoroso barro que agitas desde adentro
desde la masa crepuscular de la noche
Una miss se propaga por las pasarelas, coronada en baldío
Certámenes de injurias y calumnias
Micrófonos vociferando humor
Humor rancio y desnutrido.

Oh, triste desorden social
Caótico monumento asesino
Paloma que de blanca engañas
Pinturas como atrezzo y bromas imputadas
Dime, muñequita de trapo, ¿qué lucirás estos carnavales?

-De febrero, hija mía, luciré un traje de febrero-
Víbora del desierto

Yo vivo en esos lugares recónditos, en donde los hindúes fuman opiáceos y las damas se esconden detrás de los pañuelos color turquesa. Yo, esclavo de mis huesos, arista de un trapecio. Ese soy yo, el que viaja desde la eternidad hasta la simplicidad. El que mancha de arte las mil maravillas, el que sueña Aladdines en los confines de la tierra.

Los cuadros del tablero me los aprendí de memoria, diez cuadernos de gloria. Mil princesas por rescatar, cientos de camellos que fustigar, recorrer el desierto en los vaivenes de la noche, burlar el Nilo. Calamidades podridas junto a la sombra de una flauta que duerme serpientes; que elefantes, espanta.

Ese soy yo.
[Un poquito de prosa poética... esto también fue de mis primeros escritos. Podría cambiar muchas cosas que son un tanto patéticas, pero prefiero dejarlo tal y como se me ocurrió]

Caballo que vuela

A borbotones llueve la sangre, a ras de mi frente. Me encuentro intrincado en los chorros de lava que arden en mi interior. Bastos ríos de esperanza que prometen pulcritud, alabanzas al cielo. Dime, mi cielo, ¿por qué llueve mi corazón?. ¿He de hilar cada uno de los pedazos que veneran amor? De color plata eran los corceles de mi caballo. Él, rápido y veloz, audaz como era se agazapaba entre la hierba, intentando aspirar el barniz del aire, húmedo entre los gusanos que roían mis botas de vaquero, porque yo le gritaba al cielo. ¡Dime, mi cielo, he de jurárselo al mundo entero! Sí, la libertad de mi corazón no la quiero, es por eso que prefiero comulgar al mundo cuánto te quiero. Prometo desnudarte en la soledad, cuando nadie nos esté viendo. ¿He de merecer yo esto? Caballo que me llevas montado en tu lomo, cuán suave es tu piel. Te besaré por vez primera la quimera de tu aliento. Pondremos el grito en el cielo. ¡Oh, usía! Este placer no lo merezco. Lléveme, pues, al infierno junto al eterno. Que se pudra mi alma, que se la lleven los cuervos. Mi sangre está derramada. Nuevamente, el eterno. Lucifer, hágase cargo de mi mente, no merezco pretendiente. Ante todo, buen padre, queme todos mis restos, mas mi caballo deje que se lo quede el viento. Ecuestre montaña, sírvase su asiento, mas dejen la hierba para mi caballo muerto. ¡Chist! Habla bajo. No silbes, viento. Proclama bien bajo que mi corcel ha muerto. Que las hadas lo protejan, que los druidas lo conciernen porque la injusticia tolerada es invierno sin nieve. Y tú, musa en mi bandeja, que un día fuiste mi pequeña carcelera y hoy, de mí ya no te quejas. Ya eres libre. Corre al río, báñate en las aguas que sangran forajidos. Lánzate al aire, nada en tus versos, grita por fin ¡que mi potro ha muerto!
Fue la última colilla

Harto de todo, aplasté mi última colilla en el fondo de las cenizas. Sí, mi último pitillo. Sí, mi último empleo. Paso de soportar a una secretaria impertinente que no sabe más que enseñarme su falda. La fuerza la escupí con un puño sobre la mesa. Me dio lo mismo ocho que ochenta. Me dio lo mismo arrancarle su sonrisa de cuajo, o subirle la cremallera de golpe y porrazo.

Recogí mis cosas de la oficina y me marché. Salí por la puerta grande, con la cabeza bien alta.

–Es el puesto que llevabas años esperando- Me replicaba mamá.
-¿Ser o tener?, ¿tener o ser?- me preguntaba yo…

Se corría el color de las calles como un cuadro con goteras. Crucé el semáforo en rojo. Total, el destino estaba escrito, así que no me quedaba otra. Llovía… ¿y qué si llovía?. Lo que me hizo la vida no me lo iba a hacer el agua. Las gotas, más que gotas, estalactitas. Mis poros se abrieron como azucenas en primavera, alabando el agua, fría como el hielo. Eran los cristales que me salvaban de la realidad, los que frotaban el odio y la impotencia, los que limpiaban frenesí, porque mi cuerpo empañaba lujuria, extasiaba soledad, brillaba agonía.

Me alcé sobre el puente, listo para cometer una locura. Abrazar el aire, penetrar el cielo, sentir el miedo. Posé mi caja llena de olvido entre dos ladrillos. Sentí el barro erizar mis pelos. Mis pestañas abrían las alas, emprendían el vuelo. Apoyé mi rodilla junto al muro de cemento viejo. Trinché mi pierna en la valla. Y fue entonces cuando la gravedad vendió mi alma, compró mi cuerpo. Y la noche sopló la vela que llevaba encendida cinco mil millones de años.

Abrí los ojos perplejo. Sustancias prohibidas vagaban mi mente.
¿Por qué malgastar este regalo que nos hace la muerte?. Somos todos ángeles del infierno. Pequeñas amapolas de estío, pequeñas musarañas perdidas en la noche, luciérnagas encantadas que soplan fuego, duendecillos de manos verdes.

Y otra vez más, yacía en mi despacho, desmoronado ante la pantalla, prendado en el sillón. Alguien llamaba a la puerta.

-¿Quién es?- pregunté.
-Soy yo, querido- Y la falda se asomó por la puerta, como el caracol cuando apura sus cuernos.
[Mi primer relato, es por eso que me veo obligado a colgarlo].

Érase un hombre a una barba pegado

Yo era un chico que llevaba diecisiete años con la impotencia metía adentro. Aquel día me perdí por las calles de Madrid en busca de mi primera noche estudiantil. En medio de todo aquel negocio de los chinos y su parafernalia de discos grabados había una muchacha. Aquella muchacha gitana o de donde fuere bailaba flamenco al son de una guitarra. En mitad de la muchedumbre golpeaba ella una tabla de dos por uno. Sus manos cortaban el aire con giros inesperados y sus pies, poco hay que decir de sus pies. Ellos lo contaban todo. Imagina un espíritu que anida en tu interior y que da pataditas en tus entrañas. Pues algo así, a pesar de lo cutre que puede llegar a sonar, es lo que sentí yo. Esa niña guapa seguía los acordes de la guitarra con sus tacones, como si el alma se le fuera a salir por los pies. Una niña se acercó y largó unas monedas en el forro de la guitarra. Pero aquella princesa ni se inmutaba, inmersa en su castillo de hojalata, en su mundo, en su danza, en su fragancia, en su persona. Noté cómo las lágrimas se amontonaban y regurgitaban tras del iris, a punto de estallar. Cada taconazo resonaba en mis adentros. Uno. Dos. Tres. Y otro más. Y otro (…). Su pelo rizado giraba bajo la luna llena y sus ojos, sus ojos se cruzaron con los míos. Entonces sus dos manitas de porcelana aterciopelada se chocaron, y dio unas palmadas. Brutal era la fantasía que se antojaba en mi mente. A pesar del viento, del frío, y de la lluvia ella continuó hasta el fin de la actuación. Entonces sentí que era el momento de la remuneración. Un grupo de ancianas hincó un puñado de monedas en el desvencijado forro.¡Joder con la muchacha y su pañuelo! Esa mujer con cara de niña daba las gracias amablemente. Y, tras hacer mutis, recogió sus ganancias en una bolsa negra, con sus dos asas. Pronto se acercó un señor pegado a una barba, como diría Quevedo. Casi sin mirarla a los ojos, le arrancó el dinero a cambio de un objeto que no alcancé a ver. Se giró y siguió su camino hacia otro puesto. Resultó que aquella muchacha no era princesa, era otra esclava más entre los chinos. No era estudiante de danza, su trabajo era ese. Consistía en llenar la bolsa que le daba un señor pegado a una barba, como diría Quevedo, negra, y con sus dos asas.

martes, agosto 29, 2006

Rebajas

Aquí estoy, saliendo tan orgulloso de una conocida tienda de ropa con una sudadera verde bajo el brazo. ¡6 euros, eh, 6! Menudo campeón... Me llego hasta el quiosco y elijo la prensa. Nos sentamos en un banco: el diario, la sudadera y yo. Intento cerrar los ojos por un momento y me relajo. Hace días que necesitaba este descanso. Oigo ruidos, así que vuelvo la vista. La muchedumbre corre desesperada de un lado para otro. Gritan y se ponen nerviosos. Vienen de todas partes: de los recodos de la acera, de las esquinas, de los portales de cualquier edificio, de todos lados. Son miles y miles, reptando por las calles en manada. Una viejecita se me acerca y, temblequeando, me pregunta -Niño, ¿qué hora llevas?-. Creo haberle respondido como tres veces. Entonces me hace un ademán con las manos. De repente la miro y, efectivamente, lleva las muñecas agarradas a un par de grilletes. -Será mejor que te des prisa, o será demasiado tarde- y sin retórica, continúa la marcha. Ahora me fijo en unos chavales que, encadenados, intentan hacerse con unos helados. Ummm, desde aquí puedo oler la menta fresca. Este sol de justicia está causando estragos... Ellos relamen mejor que nadie con fiereza cada bola, cada sabor. Uno se me acerca y me pide que le sujete su cono. Obedezco mientras el mozo se carga en los brazos una enorme bola de metal que lastraba en la pierna, cual prisionero. Empiezo a ponerme nervioso, válgame Dios. ¿Qué está pasando? El riego de gente aumenta. El gentío se multiplica y se dispara el número de cadenas. Se dirigen, cabizbajos y soñolientos a un sitio común, ¡es una plaga!. Me levanto y sigo la multitud. Corro a toda prisa. Llego hasta el epicentro, un portón de aluminio. Todos quieren entrar a borbotones, lo que resulta imposible. Me concentro en el rostro de un joven, rondará los veinticinco. Me asusto, así que me tiro a su cuello y lo detengo. Lo amenazo para que me dé una explicación. Me palpo una mano con la otra y noto la hendidura de los grilletes que desencadena una fina película rojiza. Debe de ser sangre. Grito y el joven se fuga. ahora salen de la tienda unas muchachas que se ríen con unos jerséis verdes bajo el brazo. Me arrodillo y grito más fuerte. Miro a todas partes y veo todo verde, las casas, mi piel, mi ropa, todo. Todo son gente encadenada y verde, todo verde. Siento impotencia. Y grito más y más. Ahhhhhhhhhgrrrrrr.

Una señora me susurra, no logro entender lo que dice. Me acerco. -Ey, joven- me comenta con voz tranquila y apacible- que se te ha caído el periódico, y esta sudadera verde del banco. Ten cuidado, que no está el horno para bollos-. Y me guiña un ojo.

Aquella señora tenía razón. El mundo está hecho un asquito. A veces no sabes si imaginas cosas o es que están pasando de verdad. Y es que un día piensas "joder, hoy me voy a tomar la libertad de sentarme y no hacer nada, únicamente observar" y ¡chas! ves cómo pasa la vida ante tus ojos. Y es que no hay manera. Y eso no, oye, que para presos los del Guantánamo.

Ah, el otro día volví a la tienda... La cremallera, ¡que no cerraba bien!. O era que no me entallaba bien de cintura. Bueno, no recuerdo la excusa. El caso es que me deshice de la prenda. Ahá, los 6 euros me los quedé yo, faltaba más. Que se rebajen ellos, ya dije que era muy orgulloso.