jueves, agosto 31, 2006

Algún día

Que la cicuta madrugue sobre las horas.
Que las lumbres se plaguen de injusticia.
Que los mares se cierren en la erección de la vida.
Y entonces, al fin,
que los pastos recoman en los portales
tocando el sereno apaciguado
de terrores insospechables,
acariciando como locos la caverna del mundo,
oscura y temblona.

Que destroces la lona de mis cinco sentidos.
Que lubriques de lluvia el camino.
Que ramifiques mis pecados y mentiras
para el amparo de algunos viejos de bastón débil que,
en su día, cuidaron retoños de vida,
destellos de luz embarazando la lucha insaciable,
interminable e inagotable
del círculo refulgente
de calores y agonías.

Para que llegue el estrecho final
que agudizan los oídos
en el peor y más siniestro
de los chirridos estridentes,
como escupido con asco y saliva.
Para que algún día la guadaña se cuele callandito,
bajo el dintel de mi puerta,
mostrándose osuna y rapaz,
ávida y venenosa.
Para extirpar mi juventud
y enmarañar mi rastro
sobre el mausoleo de los muertos.

No hay comentarios: