martes, agosto 29, 2006

Rebajas

Aquí estoy, saliendo tan orgulloso de una conocida tienda de ropa con una sudadera verde bajo el brazo. ¡6 euros, eh, 6! Menudo campeón... Me llego hasta el quiosco y elijo la prensa. Nos sentamos en un banco: el diario, la sudadera y yo. Intento cerrar los ojos por un momento y me relajo. Hace días que necesitaba este descanso. Oigo ruidos, así que vuelvo la vista. La muchedumbre corre desesperada de un lado para otro. Gritan y se ponen nerviosos. Vienen de todas partes: de los recodos de la acera, de las esquinas, de los portales de cualquier edificio, de todos lados. Son miles y miles, reptando por las calles en manada. Una viejecita se me acerca y, temblequeando, me pregunta -Niño, ¿qué hora llevas?-. Creo haberle respondido como tres veces. Entonces me hace un ademán con las manos. De repente la miro y, efectivamente, lleva las muñecas agarradas a un par de grilletes. -Será mejor que te des prisa, o será demasiado tarde- y sin retórica, continúa la marcha. Ahora me fijo en unos chavales que, encadenados, intentan hacerse con unos helados. Ummm, desde aquí puedo oler la menta fresca. Este sol de justicia está causando estragos... Ellos relamen mejor que nadie con fiereza cada bola, cada sabor. Uno se me acerca y me pide que le sujete su cono. Obedezco mientras el mozo se carga en los brazos una enorme bola de metal que lastraba en la pierna, cual prisionero. Empiezo a ponerme nervioso, válgame Dios. ¿Qué está pasando? El riego de gente aumenta. El gentío se multiplica y se dispara el número de cadenas. Se dirigen, cabizbajos y soñolientos a un sitio común, ¡es una plaga!. Me levanto y sigo la multitud. Corro a toda prisa. Llego hasta el epicentro, un portón de aluminio. Todos quieren entrar a borbotones, lo que resulta imposible. Me concentro en el rostro de un joven, rondará los veinticinco. Me asusto, así que me tiro a su cuello y lo detengo. Lo amenazo para que me dé una explicación. Me palpo una mano con la otra y noto la hendidura de los grilletes que desencadena una fina película rojiza. Debe de ser sangre. Grito y el joven se fuga. ahora salen de la tienda unas muchachas que se ríen con unos jerséis verdes bajo el brazo. Me arrodillo y grito más fuerte. Miro a todas partes y veo todo verde, las casas, mi piel, mi ropa, todo. Todo son gente encadenada y verde, todo verde. Siento impotencia. Y grito más y más. Ahhhhhhhhhgrrrrrr.

Una señora me susurra, no logro entender lo que dice. Me acerco. -Ey, joven- me comenta con voz tranquila y apacible- que se te ha caído el periódico, y esta sudadera verde del banco. Ten cuidado, que no está el horno para bollos-. Y me guiña un ojo.

Aquella señora tenía razón. El mundo está hecho un asquito. A veces no sabes si imaginas cosas o es que están pasando de verdad. Y es que un día piensas "joder, hoy me voy a tomar la libertad de sentarme y no hacer nada, únicamente observar" y ¡chas! ves cómo pasa la vida ante tus ojos. Y es que no hay manera. Y eso no, oye, que para presos los del Guantánamo.

Ah, el otro día volví a la tienda... La cremallera, ¡que no cerraba bien!. O era que no me entallaba bien de cintura. Bueno, no recuerdo la excusa. El caso es que me deshice de la prenda. Ahá, los 6 euros me los quedé yo, faltaba más. Que se rebajen ellos, ya dije que era muy orgulloso.

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