Date por muerta
amor,
es un atraco.
Tus labios o la vida.
L. García Montero.
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Cierta noche acudo a algún bordillo
y tanteo ágil el terreno vigilado.
Pasea tu silueta por la acera
y en ella se restriega los temores.
Tan puntual como acostumbras
persigo, profesional, el olor inalcanzable
hasta esa plaza de fantasmas en silencio.
Rodeo algunos árboles hambrientos
con pasos nerviosos, discontinuos,
sorteando las baldosas delatoras.
El aire y su mueca confidente
en ti se adentran respirándote los huesos.
Los toldos sisean la cuenta atrás
y la gárgola central se mantiene quieta
con los párpados abiertos y expectantes.
Sonríes congelada en el punto de mira,
ajena al Diazepam, al espionaje, al objetivo.
Y a mí me vibran los gatillos insertados en la piel.
(Ahora no hay testigos en la plaza.)
El deseo me delata de repente,
desenfunda las caricias criminales
y te araña la voz con sus garras.
Muerdo sin piedad tu cuello húmedo
y olfateo los trozos a trasluz.
Diamantes en tu boca fluorescente
brillan con la hermosura de un museo.
Collares engarzados a la lengua,
caleidoscópica se muestra tu garganta
de joyas y avalorios profundísimos.
Los colmillos enredados en tu ombligo
amenazan con abrir la caja fuerte.
Al fin mi mano encuentra el tesoro
sepultado en un bolsillo del alma.
Alma virgen, boca abajo, maniatada.
Deseosa de besarme de un balazo.
En esta hora tan de ausencia
reapareces con un as bajo tu manga
que me asalta con tu última sonrisa
-cofre de sentimiento enajenado-
y me desarmas el lenguaje.
Me pides que te entregue el pecho
valorado en no sé cuántos quilates.
El ladrón nunca supo hacer de víctima,
y tanteo ágil el terreno vigilado.
Pasea tu silueta por la acera
y en ella se restriega los temores.
Tan puntual como acostumbras
persigo, profesional, el olor inalcanzable
hasta esa plaza de fantasmas en silencio.
Rodeo algunos árboles hambrientos
con pasos nerviosos, discontinuos,
sorteando las baldosas delatoras.
El aire y su mueca confidente
en ti se adentran respirándote los huesos.
Los toldos sisean la cuenta atrás
y la gárgola central se mantiene quieta
con los párpados abiertos y expectantes.
Sonríes congelada en el punto de mira,
ajena al Diazepam, al espionaje, al objetivo.
Y a mí me vibran los gatillos insertados en la piel.
(Ahora no hay testigos en la plaza.)
El deseo me delata de repente,
desenfunda las caricias criminales
y te araña la voz con sus garras.
Muerdo sin piedad tu cuello húmedo
y olfateo los trozos a trasluz.
Diamantes en tu boca fluorescente
brillan con la hermosura de un museo.
Collares engarzados a la lengua,
caleidoscópica se muestra tu garganta
de joyas y avalorios profundísimos.
Los colmillos enredados en tu ombligo
amenazan con abrir la caja fuerte.
Al fin mi mano encuentra el tesoro
sepultado en un bolsillo del alma.
Alma virgen, boca abajo, maniatada.
Deseosa de besarme de un balazo.
En esta hora tan de ausencia
reapareces con un as bajo tu manga
que me asalta con tu última sonrisa
-cofre de sentimiento enajenado-
y me desarmas el lenguaje.
Me pides que te entregue el pecho
valorado en no sé cuántos quilates.
El ladrón nunca supo hacer de víctima,
pero ofrece al secuestro su libido
alzando el corazón desvalijado.
Músculo muriendo en las alturas
apretándose el silencio desplomado.
La vida robada en un minuto
en una plaza pétrea y desolada.
No querías reincidir en el amor...
y mírate, con la cara destrozada,
reflejándote los miedos en un charco
buceándote por dentro con cuchillos.
No te entiendes los crímenes
ni yo sé de esta pasión a navajazos.
Y sin embargo, aquí nos tenemos
con las venas podridas de amor,
esposados frente a frente,
alzando el corazón desvalijado.
Músculo muriendo en las alturas
apretándose el silencio desplomado.
La vida robada en un minuto
en una plaza pétrea y desolada.
No querías reincidir en el amor...
y mírate, con la cara destrozada,
reflejándote los miedos en un charco
buceándote por dentro con cuchillos.
No te entiendes los crímenes
ni yo sé de esta pasión a navajazos.
Y sin embargo, aquí nos tenemos
con las venas podridas de amor,
esposados frente a frente,
robándonos el frío y su inocencia
sin querer sanarnos las miradas.
Saquéame las penas, la distancia.
Sustráeme en metálico el aliento.
Védame tu boca y su horizonte.
Amárrame su paladar a la memoria.
Aniquílame los labios para siempre.
Apuñálame el sabor de tu desnudo.
sin querer sanarnos las miradas.
Saquéame las penas, la distancia.
Sustráeme en metálico el aliento.
Védame tu boca y su horizonte.
Amárrame su paladar a la memoria.
Aniquílame los labios para siempre.
Apuñálame el sabor de tu desnudo.
Corre, cobarde, con el botín equivocado.
Clávame cuanto antes tu partida
y arrebátame la vida despiezada.
No te tiemble el pulso melancólico.
¡Dispara!, mas tú lo sabes.
A tu nuca solo apunta el recuerdo
de mi beso sangriento.
Clávame cuanto antes tu partida
y arrebátame la vida despiezada.
No te tiemble el pulso melancólico.
¡Dispara!, mas tú lo sabes.
A tu nuca solo apunta el recuerdo
de mi beso sangriento.
Imagen, de Reyes