domingo, enero 20, 2008

Invisibles

Fantasmas que deambulan por el mundo

pidiendo cachitos de libertad.

Condenados a no ser vistos.

Ojos que no ven,

corazón que jodidamente no siente.

Invisibles I



Cartas a Nora

Siempre son las seis en tu reloj,
y no da tiempo a que sueñes
en un albor oxigenado.
Nora, gracias por las cartas y la plata.
Casi no nos llega para el pan, la medicina,
y el corazón de Walter no para
de expulsar espuma por la boca.
Llevo clavados los colchones en el alma.
En ellos habita la vinchuca, se acomoda
en el adobe hinchado que nutre nuestra carne.
Ay, Norita, esta rosa infecciosa de pétalos oscuros
nos mata las palabras.
Walter ha enfermado para siempre.
Mi niño juega a las cuerdas en el cole,
salta con la rosa en los bolsillos y los labios.

El silencio, esa larva que anida
en los ojos de esta ciudad apresurada.

Invisibles II



Crímenes invisibles

El poblado ha perdido su luz.
Se esconde moribundo en las chabolas.
Su silueta se arrastra entre la paja
buscando los rincones robados a la vida.
Sus testimonios doloridos se deshacen
poco a poco, caen de los taburetes y se rompen.

Entonces viajan sus contornos
en los botes descoloridos de los ríos,
se refugia cada trozo, cada huella hallada
y brillan lentamente. Adquieren ese tono rojizo
que el cielo suele reclamar para la tierra.

El tambor y los silbidos de su piel
braman áridos lamentos, esperando un nuevo sol
que nos oiga. No sabemos si vendrá,
si reclamará cada pista, cada surco violado,
cada llanto escondido, cada yuca arrancada,
cada bala incrustada en la mañana,
cada párpado cerrado enfrente del cuchillo,
cada crimen tapiado en pozos de silencio.

No sabemos.

Invisibles III



Buenas noches, Ouma

Naciste negro, mirando el sol de Uganda
con interminables piernas deshuesadas,
sonrisa resequida y una granada verde
atrapada en la garganta.

Las serpientes te enseñaron a crecer
mordido por la guerra venenosa,
a agarrar el fusil, y disparar fríamente.

Buscaste munición entre los árboles,
era tarde, de noche
todo huele a pólvora
y te sudan las manos al contar historias
que ayudan a dormir.

Un ruido. Una luz en la penumbra.
Un tiro certero y claustrofóbico
a la infancia. Bang.

Invisibles IV



El sueño de Bianca

Nunca se manchan
las manos de los hombres
y siguen cayendo las cabezas
al pantano sigiloso, que merodea
verdinegro entre los charcos.

Marionetas que caen con la sonrisa
cosida a la boca, los ojos
incrustados en los bordes
y esa madera, que parece cantar
tan tristemente vieja.

Pierden sus músculos la fuerza milagrosa
de los despiertos, de los ricos.
El Tsé-tsé parasitario le pica los brazos
y el títere no halla hilos en sus manos.

Una realidad inasible,
un sueño inconciliable.

Condenados a esa siestecita invisible.

Invisibles V

La voz de las piedras
Algunos cosecharon esperanza
bajo la lluvia amarillenta
y soñaron veranos invencibles.
Los cántaros de agua rebosante,
el llanto húmedo en las caras
y el valor de la miseria enmudecida.

Qué lejos queda el retorno
si miramos cuánta ausencia
ha crecido en el camino pedregoso.
No conocen los viejos más que aviones,
fusiles, bombas y cañones,
y se hace débil el barniz
que todo cubre.

Por eso los cuerpos amontonados
se resisten a morir,
y la sangre brota de los hoyos
ocultos al mundo. Siempre
las piedras gritarán la voz machacada.

Escrito está en la tierra
un verso sembrado de dolor.